Todavía recuerdo cuando estabas emancipado de los dimes y diretes ajenos, cuando la espontaneidad marcaba tus actos. Tú, que siempre predicabas que tu morada se encontraba a la sombra del libertinaje.
Me gustaría saber donde te hicistes propietario de esa dependencia. Me gustaría comprarte cuarto y mitad de confianza en ti mismo. Me gustaría desembarazarte de la mezquindad diaria, absurda con la que vives tus días. Porque francamente, cariño, cada vez me gusta menos ver mi reflejo en el brillo absurdo y constante de tus zapatos.