30.11.08

Burbujas

Cada cual en la suya. Así estamos. Así vivimos, en burbujas. Que no nos la toquen, que no nos la atraviesen.
Una vez conocí a un ser cuya burbuja era permeable, dejaba a todo el mundo acceder a su interior. Y ahí estaban: él y todos los que querían entrar dentro de su pequeña esfera transparente. Tal era su generosidad que no ponía filtros a nadie.
Pero no funcionó el invento, la filantropía nunca es moda común. Pronto hubo redencillas por falta de espacio, por falta de oxígeno, por falta de víveres y aunque al pequeño ser le daban igual estas carencias, no podía aguantar la inmundicias de comentarios que generaban a su alrededor todos aquellos a los que había permitido morar en su burbuja.
Una mañana de verano, cuando el sol comenzaba su ascensión con la única finalidad de derramar cubos de oro fundido sobre la tierra, el magnánimo ser murió. De repente su burbuja se desintegró y todos lo que la moraban huyeron horrorizados. Dejaron de sentir esa cálido sentimiento de protección que la pompa emanaba, no se cuestionaron causa alguna, no buscaron soluciones, no lloraron por su luz protectora. Se largaron sin más.
Como en la realidad, en la ficción también suele haber testigos. Algunos vimos como se levantaba el polvo del camino ante la estampida común. Sentimos la impotencia que generan las acciones viles. También aprendimos.
Hace algún tiempo que blindé mi burbuja. A algunas, solo a algunas almas muy especiales les di mi código de acceso. Para el resto soy hermética e impermeable.

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