15.10.08

A Nora

Llora, niña. Aplaca esa ira. Llora que te entiendo. No sabes como. Se veía venir, mi cielo. Tú querías, tirabas, pero no fue sufiente. Te venció la gravedad en forma de evidencia. Al principio te daba igual, verdad? Las hormonas son el parapeto perfecto. Pero eso se acaba. Luego fueron las metas, aquellas que creías tenías que cumplir. Pero tu no eres tan ilusa, no me digas que en el fondo, no lo intuías. Las metas sin trofeo, el frio del glacial. No sabes si te dolía más que te dejara siempre en pelotas o que jamás te echara un cable cuando te ofendieron en su presencia. Pocas veces te escuchó, y menos fueron las que te dió aliento. Eso si, tú a su lado, escuchando, aconsejando, aplaudiendo. Los aplausos que no faltaran. La última tontería ha llenado el cesto y la ropa sucia ha empezado a desbordar por todos sitios. Ya no hay antídoto contra las manchas para tanta mierda. Egoísta, egoísta elevado a infinito. Quienes conocemos tus ojos, veíamos esa tristeza. Pero como decirte, como preguntarte. Llora, madre. Toma un pañuelo. No te de verguenza, por eso, contárselo a los tuyos, no temas el rechazo. Muchos nos dábamos cuenta cuando escuchábamos tus silencios. Y al que no lo entienda que le frían, ya no tienes que sufrir por eso. Que bastante tienes. No mires para atrás, no vaya a ser que tropieces y te hagas daño en el valor ahora que lo tienes henchido.

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