15.10.09

Diecisiete

Ese día fue extraño. Andaba por el piso frenético con ganas de ordenarlo todo, quería causarte buena impresión. Tomás me había hablado mucho de ti, de la tímida amiga de Mabel. Tanto me había contado que tenía una gran curiosidad por conocerte, no podía presentarme como alguien desordenado. Todo debía estar bien. Cada cosa en su lugar, algunas nunca lo habían tenido, con lo cual había que buscárselo. Ya sabes, dos chicos solos.

Mabel nunca me había soportado, no sé como la convenció Tomás para que accediera a presentarme a su mejor amiga. Debió de ponerse muy pesado, la verdad. Cuando sonaba el timbre con dos pitidos cortos, impertinentes y mi compañero corría a contestar, sabía perfectamente que esta chica aparecería en segundos destrozando nuestra paz estudiantil , encerrándose con él en su habitación para entonar gemidos que nunca intentaban encubrir. Guarrilla y viciosa, así era la novia de mi compañero de piso.

Por eso me sorprendía que alguien como ella pudiera tener una amiga como tú. Como te describía Tomás. Siempre pensé que exageraba sobre tu aspecto, sobre tu forma de ser. De ahí mi curiosidad, de ahí y de otras cosas. Yo tenía 24, estaba en cuarto todavía, mientras que tú con tus 20 estabas en segundo con algunas de tercero. Debo confesar que nunca me fijé en ti por los pasillos de la facultad. La verdad es que nunca me fijaba en nadie.

Encargamos comida china y el chino llegó antes que vosotras. Recuerdo el arroz frío y las bromas sobre sus guisantes duros. Te reías poniendo la servilleta sobre tu boca, aunque en ese momento no la tuvieras llena. Nos bebimos dos cartones baratos de vino tinto con casera. Los tortolitos en celo se fueron a su habitación, no recuerdo la excusa, tampoco la necesitaban ni ellos ni nosotros. Entonces nos quedamos solos y sólo entonces pude conocerte.

Cogí el abrigo para acompañarte a tu casa y susurraste que fuera no hacía frío. Lo volví a colgar en el perchero de la entrada.

Cuando bajamos, el termostato de la parada del bus, marcaba 17 grados. Nos miramos, nos reímos, te di un beso en la mejilla y lo convertimos en nuestro número de la suerte. Era diecisiete de abril de 1993.



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