12.8.09

La casa de Rosita

La casa de Rosita era la casa de todas. Allí quedábamos. A las nueve, para salir a las once. Cosas de chicas: ¿Estoy bien?, ¿Llevo mucha laca?, ¿Quién me pone la sombra de ojos?. Todos los viernes se repetían las mismas preguntas y las mismas inseguridades.
Al fondo, la abuela, nos miraba con mala cara. Aquella señora, vestida de negro, con la bata acolchada y las zapatillas rotas por los juanetes. Sagrario, se llamaba. Le dábamos las buenas noches cuando nos marchábamos y siempre decía lo mismo: "Vais hechas unas putas". Nos mirábamos risueñas, nos tapábamos la boca con una mano mientras agitábamos la otra en el aire: "Joder con tu abuela, Rosa".
Al salir dejábamos una nebulosa de olores producida con nuestras frescas colonias adolescentes, un montón de ropa desechada tras multitud de cambios y sin saberlo, lo mejor de la noche.

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