Al fondo, la abuela, nos miraba con mala cara. Aquella señora, vestida de negro, con la bata acolchada y las zapatillas rotas por los juanetes. Sagrario, se llamaba. Le dábamos las buenas noches cuando nos marchábamos y siempre decía lo mismo: "Vais hechas unas putas". Nos mirábamos risueñas, nos tapábamos la boca con una mano mientras agitábamos la otra en el aire: "Joder con tu abuela, Rosa".
Al salir dejábamos una nebulosa de olores producida con nuestras frescas colonias adolescentes, un montón de ropa desechada tras multitud de cambios y sin saberlo, lo mejor de la noche.