30.9.09

Las virutas de Pablo

Cuando Pablo borra, en su cara se instala la picaresca. Cuantos secretos perecen escondidos en las virutas de su goma de borrar. Lo observo sigilosa, intentando no levantar sus sospechas, con una sonrisa que anime la inmadurez de su trazo. Él no lo percibe, pero le tengo un gran cariño a la inocencia de ese gesto infantil: sitúa el bracito izquierdo sobre la libreta, mientras que con la mano derecha sube y baja sobre el secreto a destruir. Mientras, la punta de la lengua le asoma entre lon dientes y en sus ojos se dibuja la preocupación:

- Pablete, ¿Puedo ayudarte?, ¿Te has equivocado?

- No, seño, no. ¡Qué ya soy muy mayor¡

24.9.09

Paseando mañana

Quedamos a las cinco y los dos fuimos puntuales. Tal vez porque a nuestra edad, ya nada es tan importante como la compañía. Tú con tu chaqueta clara de lino y yo con mi vestido coloreado. No vamos ahora a renunciar al ayer.
He bajado las escaleras despacito, mis articulaciones siempre fallaron. Fueron muchas las veces que tus manos sabias les pusieron remedio. Y allí estabas, con esa sonrisa cálida que sueles usar para recibirme.
Hemos paseado por el margen derecho de nuestro río, ese del que tanto te gustan sus atardeceres. Ha relucir han salido los nietos, los amigos que ya no están y como no, nuestros amados libros, esos que ahora leemos con la vista cansada.
Todo ha cambiado, todo sigue igual. Hoy también te has reído de mis prejuicios.

10.9.09

Los gallos de corral no mueren de viejos

Quizás todo viene desde el día en el que creíste entender que ella era mejor que tú. Supongo que ahí surgió la amenaza. Una amenaza ficticia, recreada en cábalas absurdas surgidas del lodo donde habitan tus complejos. No se explica de otra manera.
No es que fuera mejor que tú, es que ella era diferente. Y no podías soportar esa diferente actitud que imprimía en todos sus movimientos.
Podrías haber intentado comprender que en las diferencias, en los matices sutiles que tildan cada uno de los actos que acometemos a diario, en esas disparidades diarias que nos representan, se encuentra la esencia íntima de cada ser. Podrías haber intentado aprender, maestro.
Fue entonces cuando lo decidistes ¿Verdad?. Decidiste poner fin a su existencia. De la forma más sutil posible, imperceptible para los demás, imperceptible hasta para ella misma.
Cada día una minúscula dosis de desprecio, cada día una diminuto acto de destrucción. Unos días lanzabas rumores, otros, comentarios irreales que tus orejas señalaban como salidos de su boca. El aforo receptor, siempre ávido de carnaza, asentía expectante para después airear tus palabras con la locuacidad absoluta que caracteriza a los mentideros.
La hicistes desaparecer con un plumazo de tus alas, así quedaste el gallinero tranquilo, con su gallito pavonéandose contento.
Pero recuerda, don Julio, recuerda: no hay gallo de corral que muera de viejo. La conciencia que caiga sobre ti quizás tenga forma de pepitoria.

9.9.09

Emancipando tus zapatos

No entenderé nunca tu afán por querer saber lo que piensan los demás de ti. Vives atado a ellos, a sus comentarios, a su delgadez de pensamiento. Cada vez, eres menos libre.
Todavía recuerdo cuando estabas emancipado de los dimes y diretes ajenos, cuando la espontaneidad marcaba tus actos. Tú, que siempre predicabas que tu morada se encontraba a la sombra del libertinaje.
Me gustaría saber donde te hicistes propietario de esa dependencia. Me gustaría comprarte cuarto y mitad de confianza en ti mismo. Me gustaría desembarazarte de la mezquindad diaria, absurda con la que vives tus días. Porque francamente, cariño, cada vez me gusta menos ver mi reflejo en el brillo absurdo y constante de tus zapatos.

8.9.09

Hasta pronto

Tendiendo la ropa, oí de lejos el sonido del motor de tu coche. Luego, todo sucedió muy rápido. Te vi bajarte, mirarme y sonreir. La ráfaga de tu sonrisa, como siempre, como si nos hubiéramos visto ayer. Sentí tu felicidad, con esa forma de sentir, que solo tienen aquellos que están unidos por el cariño verdadero, aquel que acumula en su haber un gran número de momentos vividos: cortos, largos, buenos y fatales.
Te pregunté por todos, aunque en ese momento poco me importaban. Yo sólo quería disfrutar de ti, de más momentos contigo. Disfrutar del silencio que tantas veces nos une. Beber de tu paz, aquella que enturbio con mis indomables impulsos retóricos, esos que suelen arrancar la complicidad de nuestras miradas.
Hasta pronto, hasta el mañana que nos traerán los meses. Un mañana en el que habrá uno más, uno más para quererte.

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